miércoles, 8 de junio de 2011

EL CLUB DE LOS BRAZOS


Las luces giran dividen e intersectan la humedad sobre rostros casi ausentes, las faldas flotan entre el baile, la música desalmidona los cuellos de ejecutivos virginales, preguntas triviales entre futuros amantes. Cada viernes en la ciudad la libertad parece descomulgar la mente de multitudes candentes.

Un jefe estira el cuello, atento, observando sin ser visto, pone los codos sobre la mesa mientras fuma cigarrillo, el mapa axial es más notorio entre seres deprimidos. No baila, continua sentado - no le creo a las carcajadas- piensa mientras expulsa otra bocanada. Estira su rostro con las dos manos y la piel amarillenta parece desvincularse de su esqueleto, sobre la nariz gotas de sudor se instalan, seca sus gafas mientras mira con descontento el trasero de mujeres jubiladas. Intenta recordar su vida antes de los treinta, y se sumerge y vaga, recuerda a Estefi, sus codos, los movimientos de sus labios cuando no estaba segura, el modo particular en que giraba el cuello cuando estaba a punto de besarlo, de amarlo. Fumaban cigarrillo cuando llegaba el olvido,  ahora ya no había nada, cero.

 Nota que hay mujeres que sonríen a los barman, piensa que es porque algunos de ellos trabajan en prostíbulos. Sale de la disco, enciende el motor del auto y su mirada antes perdida fija su atención en su reflejo, nota arrugas en su rostro que antes no veía, percibe sus ojos sumergidos en una fuerte melancolía, y al final ya no importa nada, lo único que queda: pensamientos libidinosos con su secretaría. Su padre es alcohólico, su tío también y cuando se embriagan se vuelven gays recuerda la canción que le cantaban sus amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario