sábado, 24 de julio de 2010


DIARIO
(carrera 24 Bogotá horas de la tarde)


Venía de una de mis largas caminatas, exhausta y dolorida busqué reposo en una silla junto a la ventana del bus, mientras observaba meticulosamente cada imagen proyectada desde el suelo a mi ventana, veía su cambio, sufría su metamorfosis. Un sujeto se sentó a mi lado lo que hizo que mi atención fuera puesta en los acontecimientos internos del bus, noté que el conductor tenía una fascinación enfermiza por las rancheras, ese tipo de rancheras depresivas que hielan almas y besan la nostalgia, fue entonces cuando decidí objetar y dije -qué música tan reconfortante y divertida- resonó su risa sobre la coraza metálica, me pregunto por mis gustos musicales no sin antes sugerir géneros que yo detesto. En algún punto sentí que su intención era pervertida y evitaba sus preguntas, aburrida de mi misma, de la expresión de la gente cuando va en bus y sobre todo de la ranchera decidí hablar con él. Era un adulto de esos que suelen repugnarme, gruesas cejas, piel morena y ni rastros de un adolescente maravillado por las pajas, hablamos de música, de política, hablamos de su profesión y de la mía, me preguntó que pensaba de Dios, y se rió confuso cuando le confesé secretamente que mis creencias las ponía en la vida alienigena, y así continuamos hablando de cosas que en ese momento creí significativas. Llegué a mi destino con una sensación de calidez que reconfortaba mi rencorosa mente, di media vuelta y me despedí efusivamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario